La
cultura es un sinfín de emociones, acciones y sentimientos arraigados en los
individuos, los cuales forman grupos o colectivos que acaban por sí mismos
creando cultura.
Fue
interesante conocer qué era el concepto de cultura para mis compañeros y
también para mí misma, averiguando así infinitas maneras de hacer cultura: la
música, los libros, las danzas, los cánticos, etc. Hemos comprendido que la
cultura puede entenderse de muchas formas y sentidos y puede abarcar desde el
universo entero hasta una pequeña agrupación de personas. Aunque hayamos
intentado clasificar las "diferentes" culturas: cultura rastafari,
cultura budista, cultura occidental, etc. pienso que en realidad, todos
pertenecemos a una misma cultura a la
que denominaré cultura global o cultura mundial. Esta cultura, para mí, es la
más parecida a lo que estudiamos como cultura antropológica o el concepto
antropológico de la cultura, definida como "aquella totalidad compleja que
incluye conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y todas las
demás capacidades y hábitos que el hombre adquiere como miembro de la
sociedad".
Por
encima de ese bagaje cultural que nos diferencia, y que en los peores casos
separa, existimos la raza humana, que de forma natural tenemos la necesidad de
relacionarnos formando así vínculos que nos mantienen unidos. Estos vínculos
han de realizarse desde el respeto, la tolerancia y la solidaridad con tal de
no propiciar los conflictos mundiales y locales en los que nos vemos envueltos
debido al sistema de creencias y valores destructivo que llevamos arrastrando
durante años. Una compañera de clase, la cual me sorprendió, me hizo darme
cuenta enseñándonos unas cuantas monedas que llevaba en la cartera, de que la
cultura capitalista y del dinero también es cultura, aunque negativa, y
efectivamente nos corrompe. Por lo tanto, reflexionando, también existen
culturas negativas y globales que nos afectan directamente a todos como seres
humanos y en nuestras relaciones impidiéndonos desarrollar una cultura más
saludable.
La taza vacía
Cuenta una vieja leyenda que un famoso samurái fue de visita a la casa de un maestro zen. Al llegar le presentó ante él. Durante un buen rato, el guerrero le contó todos los títulos y aprendizajes que había obtenido durante años de grandes sacrificios y largos estudios.
Después de tan formal presentación, le explicó que había ido a verlo para que le enseñara los secretos del conocimiento zen.
El maestro le miró y, por toda respuesta, se limitó a invitarle a sentarse y ofrecerle una taza de té.
El maestro zen comenzó a ponerle el té en la taza al samurái. Aparentemente distraído, sin dar muestras de mayor preocupación, el maestro vertió té en la taza del guerrero, y continuó vertiendo té aún después de que la taza estuviese llena.
Consternado, el samurái advirtió al maestro que la taza ya estaba llena, y que el té se escurría por la mesa.
El maestro le respondió con tranquilidad:
- Exactamente señor. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría usted aprender algo?
Ante la expresión incrédula del guerrero, el maestro enfatizó:
- A menos que su taza esté vacía, no podrá aprender nada.
Desde ese día, el samurái se convirtió en un hombre humilde discípulo del maestro, y con los años llegó a ser un famoso maestro zen.
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